El 5 de junio del 2019, Colombia recibía la noticia de la muerte de Alberto Noya Sanmartín, el talentoso artista de la televisión y conocido por su personaje de Tuerquita, que inmortalizó en el programa de Animalandia, conducido por el presentador colombo-español “Pacheco”.
Noya había tenido que lidiar con un difícil cáncer por el que tuvo que ser internado en el Hospital del Tunal de la ciudad de Bogotá, donde residió la mayor parte de su vida, a pesar de haber nacido en Santiago de Chile. El intérprete también pasó algunos meses en Aranzazu. Hasta el municipio del norte de Caldas lo llevó Gerardo Cardona Salazar, que en el momento lideraba un proyecto de pastoreo cristiano Adventista, iglesia a la que se declaraba adepto Noya.
Fue en Aranzazu donde Alberto comenzó a desarrollar una serie de dolencias que ya causaban preocupación en su familia. Su pasada vida desordenada, rodeada de prácticas insanas como la drogadicción, le hacían susceptible ante cualquier enfermedad. Las sospechas se materializaron cuando un examen, practicado en Bogotá, arrojó el doloroso dictamen: cáncer de estómago. De inmediato el personal médico puso en marcha una delicada serie de procedimientos químicos para tratar de menguar, tanto el dolor, como la propia enfermedad. Todo esto sucedió en mayo del 2019.
Al mes siguiente la situación era más difícil, el semblante del payasito animado y enérgico había desaparecido, Alberto estaba muriendo y nada podían hacer los galenos, que al parecer –alentados por la admiración por el artista- hacían lo imposible por prorrogar, al menos un poco, el inminente deceso del ídolo de la niñez de los años 70 en Colombia.
Apenas terminada la primera semana de junio, la prensa nacional tuvo que titular la desaparición de Tuerquita. Todos los medios del país informaron a sus lectores, televidentes y radioescuchas el terrible suceso. Colombia entera se volcó en las redes sociales para lamentar el fallecimiento y además recordar las más divertidas anécdotas del artista.
Alberto Noya Sanmartín, le entregó a la comunidad nacional y a la cultura un incalculable aporte. Sus años en la televisión arrancaron sonrisas de una generación que apenas consumía las primeras producciones de televisión del país. Sus desafortunadas experiencias adyacentes a la fama, sirvieron de ejemplo para la generación más reciente.
Su paso por Aranzazu, significó no solo un hecho curioso, sino una oportunidad para que los jóvenes aprendieran a esquivar los destructivos zarpazos de la drogadicción. Noya era el ejemplo viviente de que el descontrolado carrusel de la fama puede destruir, en complicidad con la droga, cualquier vida; así estuviese rodeada de luces, cámaras y seguidores.
Desde este modesto espacio de comunicación regional, echamos de menos a nuestro gran amigo Alberto Noya Sanmartín, del que recibimos consejos de inconmensurable valor.
Noya había tenido que lidiar con un difícil cáncer por el que tuvo que ser internado en el Hospital del Tunal de la ciudad de Bogotá, donde residió la mayor parte de su vida, a pesar de haber nacido en Santiago de Chile. El intérprete también pasó algunos meses en Aranzazu. Hasta el municipio del norte de Caldas lo llevó Gerardo Cardona Salazar, que en el momento lideraba un proyecto de pastoreo cristiano Adventista, iglesia a la que se declaraba adepto Noya.
Fue en Aranzazu donde Alberto comenzó a desarrollar una serie de dolencias que ya causaban preocupación en su familia. Su pasada vida desordenada, rodeada de prácticas insanas como la drogadicción, le hacían susceptible ante cualquier enfermedad. Las sospechas se materializaron cuando un examen, practicado en Bogotá, arrojó el doloroso dictamen: cáncer de estómago. De inmediato el personal médico puso en marcha una delicada serie de procedimientos químicos para tratar de menguar, tanto el dolor, como la propia enfermedad. Todo esto sucedió en mayo del 2019.
Al mes siguiente la situación era más difícil, el semblante del payasito animado y enérgico había desaparecido, Alberto estaba muriendo y nada podían hacer los galenos, que al parecer –alentados por la admiración por el artista- hacían lo imposible por prorrogar, al menos un poco, el inminente deceso del ídolo de la niñez de los años 70 en Colombia.
Apenas terminada la primera semana de junio, la prensa nacional tuvo que titular la desaparición de Tuerquita. Todos los medios del país informaron a sus lectores, televidentes y radioescuchas el terrible suceso. Colombia entera se volcó en las redes sociales para lamentar el fallecimiento y además recordar las más divertidas anécdotas del artista.
Alberto Noya Sanmartín, le entregó a la comunidad nacional y a la cultura un incalculable aporte. Sus años en la televisión arrancaron sonrisas de una generación que apenas consumía las primeras producciones de televisión del país. Sus desafortunadas experiencias adyacentes a la fama, sirvieron de ejemplo para la generación más reciente.
Su paso por Aranzazu, significó no solo un hecho curioso, sino una oportunidad para que los jóvenes aprendieran a esquivar los destructivos zarpazos de la drogadicción. Noya era el ejemplo viviente de que el descontrolado carrusel de la fama puede destruir, en complicidad con la droga, cualquier vida; así estuviese rodeada de luces, cámaras y seguidores.
Desde este modesto espacio de comunicación regional, echamos de menos a nuestro gran amigo Alberto Noya Sanmartín, del que recibimos consejos de inconmensurable valor.