
Por: José Miguel Alzate
La muerte, esa señora invisible que se viste de negro, que siembra dolor en el corazón, que nos arrebata del alma la sonrisa, se ha llevado en los últimos meses a seis aranzacitas cercanos a mis afectos: Luddivia Salazar Alzate, Narcés Duque Ramírez, Alonso Hoyos Salazar, Diego Velásquez Gómez, Nohemi Salazar Giraldo y Gerardo Aristizábal Echeverri. Despedirlos con unas palabras que expresan la tristeza que en mi corazón dejan sus partidas hacia ese indescriptible más allá es un acto de elemental justicia. Sobre todo porque en las circunstancias que vive el mundo como consecuencia del Covid-19 la solidaridad hacia sus familias no se pudo expresar en el acompañamiento a sus exequias. Solo a través de Facebook Live sus amigos pudimos estar con los suyos en esos momentos de dolor.
Se ha convertido en frase de cajón, para despedir a los amigos que emprenden el viaje final, el verso de León de Greiff “Señora muerte que te vas llevando, todo lo bueno que en nosotros topa”. Es recurrente en los homenajes póstumos. Esta será la última vez que yo lo utilice. De ahora en adelante recurriré a otros textos para expresar el dolor por la muerte de alguien cercano a mi corazón. Como este de Isabel Allende: “La gente solo se muere cuando la olvidan; si puedes recordarme, siempre estaré contigo”. La verdad, uno nunca olvida a los amigos; los recordará, siempre, como esos seres que estuvieron ahí, a nuestro lado, para alegrarnos la existencia. Esas muertes son para nosotros “Un manotazo duro/ un golpe helado/ un hachazo invisible y homicida”, como lo dice el poeta español Miguel Hernández.
¿Quiénes fueron las seis personas que me motivan a escribir este artículo, fallecidas durante esta pandemia que todavía nos perturba? Para mí, ciudadanos que se ganaron el aprecio de la gente por sus buenas maneras, por su compromiso con la sociedad, por sus valores humanos, por el respeto a las ideas ajenas, por su honestidad sin tacha y por su entrega total a la familia. Pero, sobre todo, por haber sido excelentes padres, ciudadanos ejemplares en su comportamiento social, amigos que estaban ahí para escuchar al otro. Por esta razón nos duele su partida. Además porque fueron hombres y mujeres que sembraron árboles de amistad en todas partes, que nos dejaron recuerdos a su paso por la tierra, que iluminaron con sus principios cristianos la vida de sus descendientes.
Hablemos primero de las mujeres, que como escribió alguna vez Fernando Soto Aparicio, son las destinatarias de nuestro más bello sentimiento: el amor. ¿Quién fue Luddivia Salazar Alzate, fallecida el 8 de abril de este año? Una mujer con unos valores admirables. Hija del exalcalde Carlos Salazar, fue reina de las Fiestas de la Cabuya en 1962. Persona solidaria, comprometida con causas sociales, creó con su esposo Silvio Duque la Beca Horizontes que en los años ochenta entregaban al mejor bachiller del municipio. De sensibilidad artística, encontró en la lectura su mejor descanso cuando regresaba a su casa después de trabajar por la comunidad. Mujer alegre, contagiaba a los demás con su fe en Dios, con su optimismo y con su manera positiva de ver las cosas.
Nohemi Salazar Giraldo fue una mujer que se enfrentó a la vida con las armas de la esperanza. La esperanza en hacer de sus hijos personas de bien, que aportaran a la sociedad, respetuosos de los demás. Yo la recuerdo cuando, de niño, mi madre y mi abuela paterna me mandaban hasta su casa en los bajos de la vivienda de don Roberto Agudelo para llevar y reclamar la ropa que ella como costurera arreglaba. Era una dama en todo el sentido de la palabra. Físicamente atractiva cuando quedó sola, no escuchó las voces de hombres que la admiraban por su comportamiento como mujer. En este sentido, pensó primero en sus hijos. Claro, su felicidad la constituían estos tres muchachos que, orgullosos de su madre, años después la llenarían con su amor inmenso.
Quiero hablar de los amigos que se fueron en esta pandemia. ¿Qué decir de Diego Velásquez Gómez, el comerciante que durante años tuvo en el marco de la plaza el Almacén Navidad? Lo defino con estas palabras: un hombre bueno, de corazón noble, buen lector, que celebraba con alegría los triunfos de sus amigos. Fui cercano a él desde los años en que empecé a escribir en La Patria. Siempre tuvo palabras de estímulo por lo que desde niño yo hacia: escribir. Cuando le preguntaban quién era ese muchacho que hablaba con él de literatura en la puerta de su almacén, contestaba: “El nieto de don Marco Alzate, sobrino del padre Alzate”. Por su sencillez y su dialogo ilustrado, a Diego Velásquez Gómez le tenía yo un afecto inmenso. El mismo que le tuve a Alonso Hoyos Salazar.
Narcés Duque Ramírez, otro amigo que se fue en estos tiempos de Covid-19, era un hombre sencillo, que experimentó como comerciante en Medellín y Cúcuta. Regresó a su pueblo para formar un hogar con la profesora Celmira Botero. Hombre cordial, demostraba sentido de pertenencia por su pueblo. Finalizo con don Gerardo Aristizábal Echeverri. Me conmovió el alma que un hombre de su fortaleza física, padre amante de sus hijos, no viviera la alegría de tenerlos de visita en su casa. Su corazón no resistió la emoción de abrazarlos. Hombre cordial, respetable, honesto en su actuar, gozaba del aprecio de todos por su caballerosidad en el trato. A todos estos amigos, que pasaron por la vida regalando sonrisas, los recordaremos siempre con cariño. Que Dios los tenga en su gloria.