Cuento de José Miguel Alzate en antología sobre la pandemia ocasionada por el COVID-19

José Miguel Alzate entrevistando al médico escritor Octavio Escobar Giraldo

El cuento “Hijo…quiero salir de aquí”, donde se relata la angustia de un anciano acostumbrado a salir todos los días a la calle para dialogar con sus amigos mientras se toman un tinto en un café, del escritor aranzacita José Miguel Alzate, fue escogido por el Círculo Cultural Café Maco, de Cartagena, para hacer parte de una antología de cuentos sobre la cuarentena ocasionada por el Covid-19, que será publicada el próximo mes.


El relato del autor de la novela San Rafael de los Vientos fue escogido para hacer parte de esta antología porque según el compilador, Rolando de la Cruz Blanco, reúne en su argumento los elementos propios de una crisis que ha obligado al Gobierno Nacional a decretar el aislamiento total de las personas mayores de setenta años para evitar que sean contagiados por el virus que ha dejado en Colombia más de catorce mil muertos. “Es un cuento muy bien escrito, donde el personaje protagonista simboliza a la gran mayoría de los colombianos que se han visto obligados a quedarse encerrados en la casa”, señaló el responsable de la antología.

 

Esta es la tercera antología de cuentos publicada en Colombia donde aparecen relatos del escritor oriundo de Aranzazu. El nombre de José Miguel Alzate aparece en los libros “Colombia entre cuentos”, publicado por la Alcaldía de Aracataca, donde se incluyó “Monologo de García Márquez viendo llover desde el cielo”, finalista en el concurso abierto por ese municipio para celebrar los noventa años del natalicio del Premio Nobel; y en “Narrar a Caldas”, una antología hecha por la Gobernación de Caldas para conmemorar el Bicentenario de la Independencia, donde se publicó el cuento “Historia de un niño triste”.

 

La siguiente es la presentación que se hará en el libro de la trayectoria del escritor José Miguel Alzate. Al final de esta nota se publica el texto del cuento seleccionado.

 

Aranzazu (Caldas) 1954. Escritor y periodista. Su vocación literaria se manifestó a temprana edad. Tenía 17 años cuando publicó su primer artículo en el diario La Patria. Según un reportaje publicado en el periódico Ronda Libre, a la edad de 22 años ya había leído, entre otros autores, a Marcel Proust, a Fedor Dostoievsky, a Guy de Maupassant, a Robert Luis Stevenson, a Emile Zola, a Honorato de Balzac y a Víctor Hugo. Ha sido director de los suplementos literarios del Diario de la Frontera, de Cúcuta; y del Diario de Colombia, de Armenia. Como conferencista ha recorrido todos los municipios del Departamento de Caldas, hablando sobre literatura. Está catalogado como el caldense que mayor conocimiento tiene de la obra de Gabriel García Márquez. Sus artículos han sido publicados en varios periódicos del país. Miembro de número de la Academia Caldense de Historia, en el 2001 obtuvo el Premio Departamental de Literatura en la modalidad de cuento. Finalista del Concurso Internacional de Cuento convocado por la Alcaldía de Aracataca para conmemorar los noventa años del natalicio de Gabriel García Márquez con el cuento “Monólogo de García Márquez viendo llover desde el cielo”. Columnista de eltiempo.com. Publica sus ensayos literarios en las revistas Papel Salmón, de La Patria; La Artes, de El Diario, de Pereira; e Imágenes, del periódico La Opinión, de Cúcuta. Ha publicado libros en los géneros novela, cuento, historia y crítica literaria.

“Hijo… Quiero salir de aquí”

Por: José Miguel Alzate



La voz le salió de la garganta débil, casi inaudible, como una súplica. Estaba sentado en una silla de madera, en el corredor de la casa, mirando con asombro el gato que corría de un lado a otro detrás de una pequeña bola de cristal, tratando de atraparla. Roberto, el hijo, acababa de llegar de la calle, exhibiendo en su rostro esa sonrisa que a él siempre le hacía pensar en la felicidad sin nombre que lo llenaba. Lo vio entrar por la puerta del garaje, en la mano izquierda el portátil y en la derecha el celular que miraba para saber quién lo llamaba. Hacia un momento había dejado sobre la mesa del comedor el pocillo donde le habían traído el tinto. “Hijo... quiero salir de aquí”, fue la única frase que le salió de la garganta cuando él se le acercó para darle un abrazo. 


Llevaba quince días pensando en cómo decírselo. Pero saber que era un hijo que procuraba cuidarlo de un posible contagio le hacía aplazar el momento. Lo había pensado desde el día en que el presidente ordenó un nuevo confinamiento. Sin embargo, no encontraba la forma de decírselo. El domingo en que se puso a jugar ajedrez con él en la sala mientras escuchaba esos tangos que le traían nostalgias de un pasado vivido con intensidad le habló de la angustia que lo llenaba al saberse encerrado. “Es muy duro no poder salir a dialogar con los amigos. No poder tomarnos un tinto en ese café donde siempre nos encontramos es como sentir que nos están quitando el aire”, le dijo en el momento en que le amenazó con un caballo la torre. 


A su esposa se lo había dicho varias veces. Pero ella le aconsejaba que debía cumplir al pie de la letra lo ordenado por el gobierno si no quería correr el riesgo de que el virus lo atacara. “Mire, mijo, es muy grave lo que está pasando. Lo malo es que si no se atienden las recomendaciones el número de contagios empieza a crecer, y eso a todos nos pone en peligro”, le contestó misiá Pastora la tarde en que, sentados en las sillas del corredor donde ahora se encontraba, él le dijo que a la mañana siguiente saldría a la calle porque no aguantaba el encierro. Quería decírselo también a su hijo Roberto. Pero se contenía cuando, al llegar en la noche, él le hablaba de cuántas personas se habían contagiado ese día. “Las noticias no son buenas, viejo. El Covid-19 está afectando a las personas mayores”, le decía. 


Los primeros días del encierro fueron para don Francisco un oasis. Los aprovechó para volver a tocar la dulzaina que desde sus tiempos de estudiante de bachillerato guardaba en el cajón de la mesa de noche, y que solo de vez en cuando tomaba para interpretar esos boleros que le traían recuerdos de sus amores de juventud. También para bajar al sótano a organizar las herramientas que todavía conservaba de la época cuando se ganaba la vida haciendo ataúdes, camas, taburetes y mesas de madera en el taller que desde los veinte años montó en los bajos de la casa. Pero además para, en las tardes, poner en el viejo equipo de sonido que tenía en la sala los tangos de Carlos Gardel y Agustín Magaldi que cantó en sus tiempos de bohemia, cuando se reunía con sus amigos a hablar de política. 


Nunca se le pasó por la mente que algún día seria obligado a estar confinado en la casa, entre cuatro paredes, apenas enterándose de lo que pasaba afuera por las noticias que escuchaba en la radio o veía en la televisión. Cuando comenzó el encierro pensó que sería cosa de ocho días para que la emergencia pasara. Así se lo decía a misiá Pastora cuando, protegiéndose la bata con un delantal, arrimaba hasta la silla donde ahora estaba sentado para traerle el tinto que acostumbraba tomarse cuando regresaba al mediodía en busca del almuerzo. Verse sometido a no poder salir lo llenaba de angustia. “No voy a resistir este encierro”, le contestó la mañana de un viernes, un mes después de iniciado el confinamiento, cuando ella le dijo en tono premonitorio. “Prepárese, mijo, porque esto va para largo”.


Habían pasado noventa días de confinamiento cuando se atrevió a decirle a su hijo esa frase que a él le despertó un sentimiento de pesar: “Hijo…quiero salir de aquí”. Roberto lo miró a los ojos. Entonces vio que una lágrima rodaba por su rostro, y que su mirada era triste, y que no llenaba su cara esa sonrisa que siempre exhibía cuando lo saludaba. Sintió tristeza. Cuando el viejo le dijo que extrañaba los pasos de su nieto por el corredor, que le hacía falta verlo correr detrás del gato, que su ausencia era un vacío en el alma, entendió que la vida estaba golpeando a su viejo con el látigo de la tristeza. Hacía tres meses no veía al nieto. Fue en ese momento cuando, mirando una paloma que se posó en el tejado, le dijo con ese tono lúgubre que él advirtió como un pronóstico grave: “Tiene que resignarse, papá. Esto pasará”.



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