La Bogotá que yo conocí

Panorámica nocturna de Bogotá | Foto | Peter Liévano

Por: José Miguel Alzate

Vale la pena recordar, 45 años después de haber pisado por primera vez tierra bogotana, cómo era esa ciudad que a este columnista le tocó vivir en sus años mozos. La Bogotá de entonces era una ciudad tranquila, sin el tráfago de ahora, si se quiere más humana, sin tanta inseguridad, con un aire más romántico, ataviada de una neblina mañanera que cubría como un velo el cerro de Monserrate. Una ciudad donde en la noche se podía salir a la calle sin miedos agazapados en el pecho. Una ciudad donde uno de los atractivos para los provincianos que por primera vez llegaban era ver los inmensos trolebuses de la Empresa Distrital de Transportes que, pintados de rojo y crema, se desplazaban por la Avenida Caracas amarrados a unas cuerdas eléctricas. 

¿Cómo era esa Bogotá que yo conocí? Una urbe con vocación de futuro, que presagiaba un gran crecimiento urbanístico, preparada para enfrentar los retos del modernismo. Cuando quien esta columna escribe desembarcó en el sector de Los Mártires (Allá quedaba el terminal de Expreso Bolivariano), Bogotá no era todavía la gran metrópoli que es hoy. Tenía escasos tres millones de habitantes. No contaba siquiera con Terminal de Transportes. Tampoco con esos almacenes inmensos regados por toda su geografía en formato de grandes superficies. No se hablaba de Transmilenio como una estrategia para mejorar la movilidad. El transporte urbano lo prestaban buses con ventanas de vidrios corredizos hacia arriba, que convertían la carrera décima en una guerra del centavo.

¿Cómo era esa Bogotá que yo conocí? Una urbe con vocación de futuro, que presagiaba un gran crecimiento urbanístico, preparada para enfrentar los retos del modernismo.

En infraestructura vial, la ciudad todavía estaba rezagada. La Avenida 68, construida con motivo de la visita del Papa Pablo VI, que había sido inaugurada dos años antes por el alcalde Virgilio Barco Vargas, apenas empezaba a registrar movimiento vehicular. La Avenida Boyacá, que llegaba hasta la calle 80, se veía solitaria. Eran escasos los carros que por allí circulaban. Tanto, que en ocasiones se veían muchachos jugando fútbol sobre las calzadas. La calle 80, desde la Escuela General Santander hasta el barrio Quirigua, era de un solo carril, en doble sentido. Los únicos pasos elevados eran el pulpo de Puente Aranda, que servía de distribuidor del tráfico que llegaba por la calle 13 y por la Avenida Las Américas; y los puentes de la calle 26. 

Para esa época, la ciudad no se había extendido tanto hacia el norte. El comercio llegaba prácticamente hasta Chapinero, y bajando por la calle 68 se extendía hasta el barrio 7 de agosto. Unicentro todavía no estaba en la imaginación de Pedro Gómez Barrero. Todo el sector de El Chicó era zona exclusivamente residencial. Y la Autopista Norte no presentaba la congestión vehicular que hoy registra. Hacia el sur el comercio llegaba hasta los barrios Restrepo y 20 de Julio. Desde el sector de Santa Lucía hasta Tunjuelito no había sino tiendas de barrio. Por Venecia empezaba a florecer el comercio. La carrera 15, hacia el norte, no había empezado a tomar la fuerza comercial que años después alcanzaría. Y el Parque de la 93 no era todavía el punto donde gravitaba la Zona Rosa.

La carrera séptima, por ser la vía con más memoria histórica, era otro atractivo. Todos los residentes en la capital salían a darse lo que se llamaba el septimazo. Que no era otra cosa que recorrerla desde la Plaza de Bolívar hasta la calle 26. Sobre todo porque allí estaban las edificaciones más emblemáticas: el edificio del Congreso, el Palacio de Justicia, la Catedral Primada, el Palacio de Nariño, el edifico de El Tiempo, la sede del Banco de la República, la Casa del Florero y la torre de Avianca. También el sitio donde cayó asesinado Jorge Eliécer Gaitán.  Degustar una milhoja en un Monteblanco hacia parte del programa durante el recorrido. Como lo era detenerse a mirar las vitrinas de los almacenes Discos Bambuco para escuchar las baladas que eran éxitos musicales del momento. 

Las idas a cine en los teatros Faenza, México, Teusaquillo, Metro, Opera, Olympia, Palermo, Azteca, Embajador, son ya recuerdos del pasado.  Como lo es el movimiento del edificio Cudecom de la Avenida Caracas, para ampliar la calle 19. El ingeniero Antonio José Restrepo logró la hazaña de correr 40 metros hacia el sur una mole de 700 toneladas de peso, utilizando gatos hidráulicos. O como la asistencia a los espectáculos en la Media Torta, donde se presentaban los artistas internacionales que visitaban a Colombia. O como montar en incómodos microbuses marca Austin que cruzaban por la carrera octava. O como asistir al programa que Carlos Pinzón originaba los domingos en la tarde desde la sede de Inravisión en la calle 24. Esta es la Bogotá que yo conocí. La que despierta en mi alma viejas nostalgias.

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