Por: José Miguel Alzate
Desde el pasado 21 de noviembre en Colombia la gente se viene movilizando para sentar su voz de protesta contra algunos proyectos que el Gobierno Nacional ha puesto a estudio del Congreso de la República. Estudiantes universitarios. líderes sociales, amas de casa, trabajadores, pensionados, indígenas, desempleados y maestros están saliendo a las calles para manifestar su inconformismo con el gobierno por las que llaman medidas impopulares, que afectan el bolsillo de los colombianos de menores recursos económicos. Las grandes avenidas de las ciudades capitales se han visto colmadas de ciudadanos que quieren que el gobierno escuche sus quejas sobre la situación del país. Todos expresan su descontento con la ley de financiamiento, con un nuevo régimen pensional y con una reforma laboral.
¿Tienen sentido político estas manifestaciones de inconformismo que llevan ya más de veinte días? Por supuesto que sí. La gente sale a marchar porque está cansada de los mismos con las mismas, porque siente que el gobierno está favoreciendo a los ricos, porque quiere expresar su rabia por tanta corrupción, porque piensa que el ejecutivo no escucha sus clamores y porque sabe que la inequidad en Colombia hay que combatirla. La gente sale a marchar porque no quiere ser indiferente ante la realidad social del país, porque vive la angustia de ver que sus aportes a la salud se van a incrementar, porque se da cuenta de que la posibilidad de obtener una pensión se esfuma y porque quiere notificarle a la clase política que está cansada del robo al erario público. Es un grito para pedir cambios de carácter social.
Ver a miles de colombianos portando pancartas donde expresan su descontento por el abandono en que se encuentran las clases más necesitadas, gritando a todo pulmón su inconformismo con el fracking, exigiendo que se castigue ejemplarmente a los corruptos, pidiendo protección para los líderes sociales y solicitando consolidar la paz es una prueba de que Colombia está cambiando. Y que este movimiento de masas se produzca después de las elecciones donde el partido de gobierno salió vapuleado tiene una explicación: el cansancio de la gente con una clase política que gobierna para defender los intereses de la oligarquía sin preocuparse por el bienestar del ciudadano de a pie. Esto significa que Colombia despertó, y que a la gente no le da miedo salir a manifestarse contra los abusos del poder.
Más que exigencias en materia de educación y asuntos económicos, lo que los manifestantes están expresando es una resistencia contra las formas de hacer política, y contra los vicios de vieja data en esta actividad. Esta protesta social es un cuestionamiento a una dirigencia que no ha sabido acomodarse a los nuevos vientos que soplan en materia de participación ciudadana, una exigencia de cambio en la manera de gobernar, un clamor ciudadano exigiendo justicia social. La gente pide una lucha frontal contra la corrupción y, además, la defensa del medio ambiente. A través de cacerolazos, marchando, lanzando consignas contra el sistema, los ciudadanos se manifiestan contra los altos salarios de los congresistas y contra su injerencia en la contratación del Estado.
Mas allá de las propuestas que hacen las centrales obreras para cesar las manifestaciones, está la estrategia de algunos líderes políticos que quieren pescar en río revuelto. Nadie duda de que detrás de todas estas expresiones de inconformismo está una izquierda que capitaliza esta situación para tratar de desestabilizar al gobierno. Este es el verdadero sentido político de la protesta que desde hace más de veinte días tienen al comercio organizado de las zonas por donde pasan las manifestaciones asumiendo pérdidas por el cierre de los negocios para evitar que sean saqueados por los vándalos. A políticos oportunistas como Gustavo Petro les conviene que las marchas se extiendan en el tiempo.
Les permite mostrarse como aliados de los ciudadanos en la búsqueda de reivindicaciones sociales.
¿Saldrá bien librado Iván Duque de las protestas sociales que desde el 21 de noviembre sacuden a Colombia? Todo depende de su capacidad de negociación. No es fácil para un mandatario atender todas las exigencias de quienes buscan empoderar a la ciudadanía frente a las decisiones del gobierno. El presidente debe demostrar que es capaz de sortear los nubarrones que está enfrentado sin entregar el manejo del Estado a quienes tratan de ponerlo contra las cuerdas. Duque está llamado a conciliar para evitar que el país se desborde en actos de violencia. Pero debe actuar con responsabilidad. Ceder en lo que tenga que ver con justicia social: reducir los niveles de pobreza y garantizar oportunidades de progreso para todos. Pero no en lo que tenga relación con la institucionalidad.
EL CALDENSE
Desde el pasado 21 de noviembre en Colombia la gente se viene movilizando para sentar su voz de protesta contra algunos proyectos que el Gobierno Nacional ha puesto a estudio del Congreso de la República. Estudiantes universitarios. líderes sociales, amas de casa, trabajadores, pensionados, indígenas, desempleados y maestros están saliendo a las calles para manifestar su inconformismo con el gobierno por las que llaman medidas impopulares, que afectan el bolsillo de los colombianos de menores recursos económicos. Las grandes avenidas de las ciudades capitales se han visto colmadas de ciudadanos que quieren que el gobierno escuche sus quejas sobre la situación del país. Todos expresan su descontento con la ley de financiamiento, con un nuevo régimen pensional y con una reforma laboral.
¿Tienen sentido político estas manifestaciones de inconformismo que llevan ya más de veinte días? Por supuesto que sí. La gente sale a marchar porque está cansada de los mismos con las mismas, porque siente que el gobierno está favoreciendo a los ricos, porque quiere expresar su rabia por tanta corrupción, porque piensa que el ejecutivo no escucha sus clamores y porque sabe que la inequidad en Colombia hay que combatirla. La gente sale a marchar porque no quiere ser indiferente ante la realidad social del país, porque vive la angustia de ver que sus aportes a la salud se van a incrementar, porque se da cuenta de que la posibilidad de obtener una pensión se esfuma y porque quiere notificarle a la clase política que está cansada del robo al erario público. Es un grito para pedir cambios de carácter social.
Ver a miles de colombianos portando pancartas donde expresan su descontento por el abandono en que se encuentran las clases más necesitadas, gritando a todo pulmón su inconformismo con el fracking, exigiendo que se castigue ejemplarmente a los corruptos, pidiendo protección para los líderes sociales y solicitando consolidar la paz es una prueba de que Colombia está cambiando. Y que este movimiento de masas se produzca después de las elecciones donde el partido de gobierno salió vapuleado tiene una explicación: el cansancio de la gente con una clase política que gobierna para defender los intereses de la oligarquía sin preocuparse por el bienestar del ciudadano de a pie. Esto significa que Colombia despertó, y que a la gente no le da miedo salir a manifestarse contra los abusos del poder.
Más que exigencias en materia de educación y asuntos económicos, lo que los manifestantes están expresando es una resistencia contra las formas de hacer política, y contra los vicios de vieja data en esta actividad. Esta protesta social es un cuestionamiento a una dirigencia que no ha sabido acomodarse a los nuevos vientos que soplan en materia de participación ciudadana, una exigencia de cambio en la manera de gobernar, un clamor ciudadano exigiendo justicia social. La gente pide una lucha frontal contra la corrupción y, además, la defensa del medio ambiente. A través de cacerolazos, marchando, lanzando consignas contra el sistema, los ciudadanos se manifiestan contra los altos salarios de los congresistas y contra su injerencia en la contratación del Estado.
Mas allá de las propuestas que hacen las centrales obreras para cesar las manifestaciones, está la estrategia de algunos líderes políticos que quieren pescar en río revuelto. Nadie duda de que detrás de todas estas expresiones de inconformismo está una izquierda que capitaliza esta situación para tratar de desestabilizar al gobierno. Este es el verdadero sentido político de la protesta que desde hace más de veinte días tienen al comercio organizado de las zonas por donde pasan las manifestaciones asumiendo pérdidas por el cierre de los negocios para evitar que sean saqueados por los vándalos. A políticos oportunistas como Gustavo Petro les conviene que las marchas se extiendan en el tiempo.
Les permite mostrarse como aliados de los ciudadanos en la búsqueda de reivindicaciones sociales.
¿Saldrá bien librado Iván Duque de las protestas sociales que desde el 21 de noviembre sacuden a Colombia? Todo depende de su capacidad de negociación. No es fácil para un mandatario atender todas las exigencias de quienes buscan empoderar a la ciudadanía frente a las decisiones del gobierno. El presidente debe demostrar que es capaz de sortear los nubarrones que está enfrentado sin entregar el manejo del Estado a quienes tratan de ponerlo contra las cuerdas. Duque está llamado a conciliar para evitar que el país se desborde en actos de violencia. Pero debe actuar con responsabilidad. Ceder en lo que tenga que ver con justicia social: reducir los niveles de pobreza y garantizar oportunidades de progreso para todos. Pero no en lo que tenga relación con la institucionalidad.
EL CALDENSE