Por: José Miguel Alzate
Esta pregunta surge después de leer el libro “Narrar a Caldas”, una antología hecha por el Consejo Departamental de Literatura donde se recogen veintidós cuentos de igual número de escritores caldenses que atendieron el llamado para publicar una antología con motivo del Bicentenario de la Independencia. Lo primero que hay que responder es que en Caldas si se está escribiendo buen cuento. Basta con leer este libro para convencernos de que en el departamento se está trabajando el relato corto con sentido creativo, manejando el lenguaje con pinza de médico, contando historias que le llegan al lector, interpretando el alma de la gente y, desde luego, imaginando escenas con lo que les pasa a las personas en su entorno familiar. Los cuentos de este libro dejan ver profesionalismo en el arte de escribir.
Hace muchos años que en Caldas no se publicaba una antología de cuentos. De la última que se tiene noticia es de la realizada por Octavio Escobar Giraldo y Flóberth Zapata Arias, publicada en 1993 con el título “Cuento caldense actual”, donde se recogen narraciones cortas de veintiséis autores. Seis de los escritores que publican cuentos en esta antología también hacen presencia en “Narrar a Caldas”. Son ellos: Jaime Echeverri, Adalberto Agudelo Duque, Fabio Vélez Correa, Jorge Eliécer Zapata Bonilla, Antonio María Flórez y Uriel Giraldo Alvarez. Observando la lista de autores publicados en la primera antología, encontramos que seis han muerto: José Vélez Sáenz, Alonso Aristizábal, José Chalarca, Antonio Mejía Gutiérrez y Roberto Vélez Correa. Y tres no volvieron a escribir.
La publicación de “Narrar a Caldas” confirma que en el departamento el interés por la palabra sigue vivo, y que quienes escriben cuentos tienen clara la premisa que Julio Cortázar esbozó como indispensable para lograr un buen cuento: despertar el interés del lector con un relato donde la tensión no decaiga y la historia lo lleve hasta el último párrafo sin que pierda fuerza argumental. En este libro hay cuentos que cumplen ese cometido. Uno de ellos es el de Omar Morales Benítez, titulado “Cuando se enfriaron las sabanas”. Es la historia de María de los Santos, una muchacha de diecisiete años a quien el papa echa de la casa porque supo que se acostó con un cura. Cuando ella se fue, los hombres salieron a buscarla. La necesitaban para llenar su soledad. El pueblo se fue quedando sin hombres.
Para comprobar que en Caldas se está escribiendo buen cuento debe leerse con atención este libro. Aquí están muchas de las sugerencias que en materia literaria han dado los grandes escritores para darle vida a historias cortas que tengan significación artística. En el cuento de Jaime Echeverri, “Claudia Piernaslindas”, está eso que los teóricos llaman recurso anecdótico para estructurar una narración que sin caer en lo superfluo cuente las vivencias de un hombre preocupado porque una compañera de estudio le está despertando una admiración que se convierte en amor. Como en el salón de clase se sienta dos puestos adelante del suyo, el personaje narrador dice que se ha aprendido de memoria las líneas de su cuerpo. Y aunque todos en el colegio la tildan de puta, a él esos chismes no le importan.
En las páginas de “Narrar a Caldas” no solo están algunas de las plumas más reconocidas del departamento, con cuentos que fluctúan entre la ficción y la realidad, sino también autores jóvenes que sin haber publicado ningún libro demuestran dominio del lenguaje y, sobre todo, estilo propio de narrar una historia. Luisa Fernanda Ortegón Sepúlveda, por ejemplo, cuenta en primera persona una historia donde confluyen problemas como la drogadicción, el crimen, la prostitución, el abandono familiar y la violación. “El asesinato de la casa quince” es un relato que enseña la realidad de los barrios marginados, con sus muchachos que atracan para conseguir con qué meter vicio y con sus mujeres que salen todas las mañanas a vender su cuerpo para poder llevar comida a la casa.
Que jóvenes entre los veinte y los treinta años de edad escriban cuentos donde expresan su intención de conquistar el mundo con la palabra nos devuelve a los caldenses la confianza en una juventud que con su vocación literaria está enviando mensajes de esperanza. Daniel Guillermo Castellanos (Luz en lo profundo), Juanita Hincapié Mejía (La resucitada), Enrique Andrés Mejía (Caleidoscopio), Jeef Ruiz Rave (El efecto Krube) y Juan Grajales (Viajera), unen en este libro sus nombres a los de escritores consagrados para mostrar que están trabajando una narrativa abierta al compromiso social y a la interpretación de las angustias del hombre. Sus cuentos tienen la impronta de una juventud que entiende el oficio de escribir como una exploración sobre el mundo que les está tocando vivir.
Esta pregunta surge después de leer el libro “Narrar a Caldas”, una antología hecha por el Consejo Departamental de Literatura donde se recogen veintidós cuentos de igual número de escritores caldenses que atendieron el llamado para publicar una antología con motivo del Bicentenario de la Independencia. Lo primero que hay que responder es que en Caldas si se está escribiendo buen cuento. Basta con leer este libro para convencernos de que en el departamento se está trabajando el relato corto con sentido creativo, manejando el lenguaje con pinza de médico, contando historias que le llegan al lector, interpretando el alma de la gente y, desde luego, imaginando escenas con lo que les pasa a las personas en su entorno familiar. Los cuentos de este libro dejan ver profesionalismo en el arte de escribir.
Hace muchos años que en Caldas no se publicaba una antología de cuentos. De la última que se tiene noticia es de la realizada por Octavio Escobar Giraldo y Flóberth Zapata Arias, publicada en 1993 con el título “Cuento caldense actual”, donde se recogen narraciones cortas de veintiséis autores. Seis de los escritores que publican cuentos en esta antología también hacen presencia en “Narrar a Caldas”. Son ellos: Jaime Echeverri, Adalberto Agudelo Duque, Fabio Vélez Correa, Jorge Eliécer Zapata Bonilla, Antonio María Flórez y Uriel Giraldo Alvarez. Observando la lista de autores publicados en la primera antología, encontramos que seis han muerto: José Vélez Sáenz, Alonso Aristizábal, José Chalarca, Antonio Mejía Gutiérrez y Roberto Vélez Correa. Y tres no volvieron a escribir.
La publicación de “Narrar a Caldas” confirma que en el departamento el interés por la palabra sigue vivo, y que quienes escriben cuentos tienen clara la premisa que Julio Cortázar esbozó como indispensable para lograr un buen cuento: despertar el interés del lector con un relato donde la tensión no decaiga y la historia lo lleve hasta el último párrafo sin que pierda fuerza argumental. En este libro hay cuentos que cumplen ese cometido. Uno de ellos es el de Omar Morales Benítez, titulado “Cuando se enfriaron las sabanas”. Es la historia de María de los Santos, una muchacha de diecisiete años a quien el papa echa de la casa porque supo que se acostó con un cura. Cuando ella se fue, los hombres salieron a buscarla. La necesitaban para llenar su soledad. El pueblo se fue quedando sin hombres.
Que jóvenes entre los veinte y los treinta años de edad escriban cuentos donde expresan su intención de conquistar el mundo con la palabra nos devuelve a los caldenses la confianza en una juventud que con su vocación literaria está enviando mensajes de esperanza.
Para comprobar que en Caldas se está escribiendo buen cuento debe leerse con atención este libro. Aquí están muchas de las sugerencias que en materia literaria han dado los grandes escritores para darle vida a historias cortas que tengan significación artística. En el cuento de Jaime Echeverri, “Claudia Piernaslindas”, está eso que los teóricos llaman recurso anecdótico para estructurar una narración que sin caer en lo superfluo cuente las vivencias de un hombre preocupado porque una compañera de estudio le está despertando una admiración que se convierte en amor. Como en el salón de clase se sienta dos puestos adelante del suyo, el personaje narrador dice que se ha aprendido de memoria las líneas de su cuerpo. Y aunque todos en el colegio la tildan de puta, a él esos chismes no le importan.
En las páginas de “Narrar a Caldas” no solo están algunas de las plumas más reconocidas del departamento, con cuentos que fluctúan entre la ficción y la realidad, sino también autores jóvenes que sin haber publicado ningún libro demuestran dominio del lenguaje y, sobre todo, estilo propio de narrar una historia. Luisa Fernanda Ortegón Sepúlveda, por ejemplo, cuenta en primera persona una historia donde confluyen problemas como la drogadicción, el crimen, la prostitución, el abandono familiar y la violación. “El asesinato de la casa quince” es un relato que enseña la realidad de los barrios marginados, con sus muchachos que atracan para conseguir con qué meter vicio y con sus mujeres que salen todas las mañanas a vender su cuerpo para poder llevar comida a la casa.
Que jóvenes entre los veinte y los treinta años de edad escriban cuentos donde expresan su intención de conquistar el mundo con la palabra nos devuelve a los caldenses la confianza en una juventud que con su vocación literaria está enviando mensajes de esperanza. Daniel Guillermo Castellanos (Luz en lo profundo), Juanita Hincapié Mejía (La resucitada), Enrique Andrés Mejía (Caleidoscopio), Jeef Ruiz Rave (El efecto Krube) y Juan Grajales (Viajera), unen en este libro sus nombres a los de escritores consagrados para mostrar que están trabajando una narrativa abierta al compromiso social y a la interpretación de las angustias del hombre. Sus cuentos tienen la impronta de una juventud que entiende el oficio de escribir como una exploración sobre el mundo que les está tocando vivir.