Al concurso se presentó el escritor aranzacita Rubén Darío Toro López que ya ha publicado dos libros.
El pasado mes de Julio se llevó a cabo la XV edición del Concurso de Cuento Breve del municipio de Samaná, un espacio artístico y cultural. Al concurso se presentaron varios escritores, cumpliendo con el único requisito de ser colombianos.
Al concurso se presentó el escritor aranzacita Rubén Darío Toro López que ya ha publicado dos libros: "Maldito baile de muertos" y "Los últimos días de la tierra". El escrito tuvo una destacada participación con lo que logró llevarse el primer lugar en el encuentro.
“Una Mentira de la Mente” fue el texto corto que se llevó el reconocimiento como el mejor cuento a nivel departamental. El galardón le fue entregado por Gloria Inés Ortiz Cardona, alcaldesa de la localidad, el pasado sábado 7 de septiembre. Por distintas razones la ceremonia y entrega de los premios se retrasó unas semanas.
A continuación presentamos el cuento corto premiado en Samaná
¡UNA MENTIRA DE LA MENTE!
Llovía en Aranzazu. La señora Gabriela miró por la ventana de la cocina, calculando cuánta agua estaba cayendo. Sería otro día que no podría llegar hasta el cementerio. Preparó otro café que sorbió sin reparar que este acababa de hervir, y aún, mantenía alta la temperatura. Miró el calendario y tachó 7 días atrás; 7 días en los que no había podido visitar la tumba de su esposo. Un ruido le inquietó; el camión de bomberos descendía por la calle principal, seguido de la patrulla policial y unos muchachos a los que no les importaba el agua que caía. Un dolor en el pecho le anunció que algo grave había sucedido; imaginó lo peor, mientras terminaba de vestirse y arreglaba su cabello que recogió con unas pinzas. Tomó la sombrilla morada que la había hecho popular entre los niños de los colegios que la llamaban loca, cuando entraba en la iglesia y gritaba que le habían quitado lo que más quería en la vida, su marido. Descendió por entre las escaleras que bordeaban la plaza para llegar más rápido, a pesar que el paso estrecho y húmedo, siempre le había molestado. El agua descendía por entre los desaguaderos con fuerza. Una cinta de la policía, junto a un uniformado, le prohibió el paso cuando intentó llegar por la calle de entrada al cementerio. Subió de nuevo bordeando las casas aledañas para llegar hasta el potrero de Don Matías Restrepo. Tensó una de las cuerdas de alambre de púas, para pasar en medio de estas. Caminó con cuidado por entre la hierba húmeda y resbalosa hasta descender, donde de nuevo, podía llegar a la carretera que llevaba al cementerio. Corrió la cuadra que la separaba de la entrada principal, para descubrir que la mitad del camposanto se había ido en un derrumbe, y se había llevado también, dos casas más, destruido parte de la capilla y una carretera que llevaba hasta el páramo. La señora Gabriela se sentó en el borde del andén, donde se fue haciendo invisible para los policías, rescatistas, bomberos, personal de la alcaldía y el cura, que había bajado a ver lo que el invierno le había hecho al lugar donde quedaban sus fieles. Lloró. El intenso invierno se había llevado el lugar más feliz de su relación con Juan Hernández los últimos 3 años. Había estado casada con él 21 años; 21 largos años en los que jamás tuvo para ella o sus hijos, una caricia; una palabra de aliento o cariño. Por eso, hizo que sus hijos estudiaran en Manizales, sin esperar por ellos en fin de semana o vacaciones. Por eso empacó las maletas el día después del funeral de su padre, ya eran profesionales; su lugar era el ancho mundo, les había dicho… sabía que iba a enloquecer y no quería explicarles las lágrimas por el hombre que intentó abusar de sus hijas, desde que tenían cinco años; también de su hijo, si se lo hubiese permitido. Pero no lo permitió, la mujer sumisa que había sacado de la zona de tolerancia para darle todo, incluyendo una casa en la plaza y tres preciosos hijos, se le convertiría en una fiera capaz de hacer cualquier cosa por defenderlos. Y en efecto, días después, no supo que hacer con su vida y salió corriendo por el pueblo, gritando en la iglesia que le habían asesinado a su marido. Hasta el día que supo que sería enviada al manicomio; ese día se encerró de nuevo en su casa y lloró 90 días seguidos, hasta el día que recogió su cabello, planchó su vestido, preparó su almuerzo y llenó de café el termo para pasar, desde las 9:00 de la mañana, a las 4 de la tarde, en la tumba de su esposo fallecido. Siete horas seguidas, todos los días, los últimos 3 años. Y no había sido más feliz en su matrimonio; le contaba lo que hablaba con sus hijos, de los problemas del pueblo, lo que escuchaba en las noticias. Cortaba el césped, rezaba 4 o 5 rosarios seguidos y regresaba a su casa, para preparar la visita del día siguiente. Por eso, supo aquella mañana, que los días felices habían terminado, el invierno cruel de aquel pueblo en el olvido, le había arrebatado sus momentos más felices. De nuevo lloró, en ese momento entendió que la locura seguía ahí; nunca se había ido… fin.
Ángela M. Vásquez B.
EL CALDENSE
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Foto | EL CALDENSE |
Al concurso se presentó el escritor aranzacita Rubén Darío Toro López que ya ha publicado dos libros: "Maldito baile de muertos" y "Los últimos días de la tierra". El escrito tuvo una destacada participación con lo que logró llevarse el primer lugar en el encuentro.
“Una Mentira de la Mente” fue el texto corto que se llevó el reconocimiento como el mejor cuento a nivel departamental. El galardón le fue entregado por Gloria Inés Ortiz Cardona, alcaldesa de la localidad, el pasado sábado 7 de septiembre. Por distintas razones la ceremonia y entrega de los premios se retrasó unas semanas.
En este cuento se jugó a construir una sola escena larga, y dada la extensión que suelen pedir tres cuartillas, (páginas) decidí, por experimentar y por ahorrar espacio, construir el cuento sin puntos y aparte. Ese, pensé, podría ser mi mayor error a la hora de calificarlo; no obstante, creo que ello, terminó dándole mayor versatilidad y rapidez en la lectura. Por supuesto, acá está en otro formato de letra y espacio, ya que se suele exigir 14 de tamaño la letra y a doble espacio, lo que dio las tres hojas completicas, hasta el último espacio de la última línea | Rubén Darío Toro
A continuación presentamos el cuento corto premiado en Samaná
¡UNA MENTIRA DE LA MENTE!
Llovía en Aranzazu. La señora Gabriela miró por la ventana de la cocina, calculando cuánta agua estaba cayendo. Sería otro día que no podría llegar hasta el cementerio. Preparó otro café que sorbió sin reparar que este acababa de hervir, y aún, mantenía alta la temperatura. Miró el calendario y tachó 7 días atrás; 7 días en los que no había podido visitar la tumba de su esposo. Un ruido le inquietó; el camión de bomberos descendía por la calle principal, seguido de la patrulla policial y unos muchachos a los que no les importaba el agua que caía. Un dolor en el pecho le anunció que algo grave había sucedido; imaginó lo peor, mientras terminaba de vestirse y arreglaba su cabello que recogió con unas pinzas. Tomó la sombrilla morada que la había hecho popular entre los niños de los colegios que la llamaban loca, cuando entraba en la iglesia y gritaba que le habían quitado lo que más quería en la vida, su marido. Descendió por entre las escaleras que bordeaban la plaza para llegar más rápido, a pesar que el paso estrecho y húmedo, siempre le había molestado. El agua descendía por entre los desaguaderos con fuerza. Una cinta de la policía, junto a un uniformado, le prohibió el paso cuando intentó llegar por la calle de entrada al cementerio. Subió de nuevo bordeando las casas aledañas para llegar hasta el potrero de Don Matías Restrepo. Tensó una de las cuerdas de alambre de púas, para pasar en medio de estas. Caminó con cuidado por entre la hierba húmeda y resbalosa hasta descender, donde de nuevo, podía llegar a la carretera que llevaba al cementerio. Corrió la cuadra que la separaba de la entrada principal, para descubrir que la mitad del camposanto se había ido en un derrumbe, y se había llevado también, dos casas más, destruido parte de la capilla y una carretera que llevaba hasta el páramo. La señora Gabriela se sentó en el borde del andén, donde se fue haciendo invisible para los policías, rescatistas, bomberos, personal de la alcaldía y el cura, que había bajado a ver lo que el invierno le había hecho al lugar donde quedaban sus fieles. Lloró. El intenso invierno se había llevado el lugar más feliz de su relación con Juan Hernández los últimos 3 años. Había estado casada con él 21 años; 21 largos años en los que jamás tuvo para ella o sus hijos, una caricia; una palabra de aliento o cariño. Por eso, hizo que sus hijos estudiaran en Manizales, sin esperar por ellos en fin de semana o vacaciones. Por eso empacó las maletas el día después del funeral de su padre, ya eran profesionales; su lugar era el ancho mundo, les había dicho… sabía que iba a enloquecer y no quería explicarles las lágrimas por el hombre que intentó abusar de sus hijas, desde que tenían cinco años; también de su hijo, si se lo hubiese permitido. Pero no lo permitió, la mujer sumisa que había sacado de la zona de tolerancia para darle todo, incluyendo una casa en la plaza y tres preciosos hijos, se le convertiría en una fiera capaz de hacer cualquier cosa por defenderlos. Y en efecto, días después, no supo que hacer con su vida y salió corriendo por el pueblo, gritando en la iglesia que le habían asesinado a su marido. Hasta el día que supo que sería enviada al manicomio; ese día se encerró de nuevo en su casa y lloró 90 días seguidos, hasta el día que recogió su cabello, planchó su vestido, preparó su almuerzo y llenó de café el termo para pasar, desde las 9:00 de la mañana, a las 4 de la tarde, en la tumba de su esposo fallecido. Siete horas seguidas, todos los días, los últimos 3 años. Y no había sido más feliz en su matrimonio; le contaba lo que hablaba con sus hijos, de los problemas del pueblo, lo que escuchaba en las noticias. Cortaba el césped, rezaba 4 o 5 rosarios seguidos y regresaba a su casa, para preparar la visita del día siguiente. Por eso, supo aquella mañana, que los días felices habían terminado, el invierno cruel de aquel pueblo en el olvido, le había arrebatado sus momentos más felices. De nuevo lloró, en ese momento entendió que la locura seguía ahí; nunca se había ido… fin.
Ángela M. Vásquez B.
EL CALDENSE