Alegría es lo que nos ha dado Egan Bernal



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Ningún colombian que haya visto ondear nuestra bandera en lo alto de un mástil en los Campos Elíseos pudo evitar que a sus ojos asomaran las lágrimas. Ver a Egan Bernal en el podio, consagrado como el ganador del Tour de Francia, produjo en los corazones de cuarenta y ocho millones de colombianos una alegría inmensa. Ver nuestro tricolor mecido por ese viento fresco que llegaba del Rio Sena, teniendo como fondo las luces encendidas de la Torre Eiffel, con el Arco del Triunfo como testigo mudo de una hazaña, despertó en nosotros el nacionalismo. Escuchar las notas de nuestro himno llenando con sus acordes la tarde de Paris fue motivo para llorar de emoción. Nuestras almas se estremecieron cuando al hijo de Zipaquirá le pusieron la camiseta amarilla. 

Esas lágrimas de felicidad que asomaron a nuestros ojos cuando en 1987 Lucho Herrera se coronó campeón de la Vuelta a España se repitieron esta vez en millones de personas que vieron coronarse a un joven de veintidós años como el campeón de la más importante prueba ciclística del mundo: el Tour de Francia. Fueron las mismas lágrimas de emoción que bañaron nuestros ojos cuando Nairo Quintana ganó el Giro de Italia, y luego la Vuelta a España. Esta alegría que nos ha dado Egan Bernal al coronarse campeón después de rodar por las carreteras francesas reitera que sentimos como propios los triunfos de nuestros compatriotas, que nos llena de amor patrio escuchar nuestro himno en otros países, que vibramos cuando vemos nuestra bandera ondearse orgullosa en el extranjero. 

Es emocionante ver cómo un colombiano devora kilómetros en un país europeo, montado en una bicicleta, en busca de su consagración como deportista. Pero es más emocionante comprobar que ese muchacho se esfuerza por ganar una carrera para brindarle a su país la alegría que significa verlo triunfar. Todos los deportistas que le han dado a Colombia renombre internacional piensan primero en su país para brindarle su triunfo. Nunca se escucha a un ciclista en el exterior decir que el triunfo es suyo, que le pertenece. Hablan primero de su patria. Y se lo dedican con orgullo a esta tierra que los vio nacer, donde dieron los primeros pedalazos, donde sufrieron las primeras caídas, donde obtuvieron las primeras victorias. Egan Bernal corroboró que el país es el destinatario de los triunfos de sus deportistas. 

¿Qué calificativo se le puede dar a un joven de veintidós años que lloró en el podio al saber que podría brindarle a su patria la más grande alegría? El de sensible. Solo a una persona con sensibilidad, que piense primero en su país para celebrar su triunfo, se le puede decir que tiene un corazón grande. Egan Bernal demostró que es un hombre aferrado a sus raíces, que pronuncia con amor el nombre de su patria, que corre en competencias internacionales para darle gloria a Colombia. Lo que logró en Francia es histórico. Esperamos treinta y cinco años para que un ciclista colombiano nos diera esta alegría. Comenzamos a soñar en la posibilidad de ganarnos un tour cuando en 1984 el equipo Café de Colombia participó en esa competencia, donde Lucho Herrera ganó la etapa que culminó en Halpe D Huez. 

Brillante, inmenso, decidido, perseverante, talentoso, disciplinado y soñador fueron siete de los dieciocho adjetivos que utilizó Juan Lozano en su columna de El Tiempo para calificar a Egan Bernal. Y, la verdad, acertó. El ciclista llegó a los más alto del podio por su perseverancia. Desde niño se fijó una meta: ser campeón del Tour de Francia. Y lo logró. Enfrentándose a dificultades, sometiéndose a las penurias de las carreteras, imponiéndose un ritmo de trabajo, conquistó con sus pedalazos a Europa. Pero primero tuvo que recorrer un camino difícil. Lo alcanzado es fruto de su disciplina deportiva, de su deseo de comerse el mundo a pedalazo limpio, de su espíritu luchador para hacer realidad un sueño. La de Egan Bernal es la más grande hazaña lograda por el ciclismo colombiano. 

Todos los grandes pedalistas del mundo han coincidido en una afirmación: Egan es un fuera de serie. Un coloso, dicen algunos. La fuerza que tiene en sus piernas no la tiene cualquier ciclista. Devoró los Alpes franceses con su incesante pedaleo, superando a corredores que vieron asombrados cómo se comía la montaña impulsado por la fuerza de sus piernas. Primero se coronó campeón del Tour de l’Avenir. Y cuando se pensaba que en el Giro de Italia iba a tener protagonismo, un accidente lo sacó de la carrera, pero no le robó su sueño. Egan revivió lo logrado en su momento por ciclistas como Cochise Rodríguez, Alvaro Pachón, Rafael Antonio Niño, Alfonso Flórez, Martín Ramírez, Fabio Parra y Santiago Botero. Egan Bernal escribió la mejor página en la historia del ciclismo colombiano.  

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