Colombia llora a sus muertos | José Miguel Alzate



Un día antes de que se presentará el atentado contra la Escuela de Cadetes General Santander, el caricaturista Vladdo se quejaba en su columna de este diario de que no obstante la reincorporación a la vida civil de una gran cantidad de guerrilleros de las Farc, en Colombia las muertes violentas no cesaban. El columnista escribió que en este país las armas se siguen usando “para intimidar, desplazar, ultrajar, silenciar o asesinar”. Como para corroborar lo que el columnista dijo, al día siguiente, a las 9.32 minutos de la mañana, en un acto demencial, explotaba el carro bomba que acabó con la vida de 21 jóvenes que se formaban para forjarse un futuro sirviéndole a Colombia como oficiales de la Policía Nacional. Un hecho que produjo indignación en los colombianos.

No estaba descubriendo el agua tibia el columnista Vladdo cuando escribió la columna que aquí cito. El primer campanazo que escuchó el Gobierno Nacional dando muestras de que con la firma de los acuerdos de La Habana la violencia no iba a cesar fue el asesinato de líderes sociales. En los cuatro meses que lleva Iván Duque como presidente han sido asesinados en Colombia más de 125 personas con arraigo social, que han estado al frente de procesos como reclamación de tierras o defensa de los derechos humanos.  Las cifras indican que en el año 2018 fueron asesinados un total de 226 líderes sociales. Casi todas las víctimas de este desangre que está sufriendo Colombia han sido líderes comunales, campesinos e indígenas que lo único que han hecho es defender a sus comunidades.   

Desde antes de que el gobierno de Juan Manuel Santos firmara los acuerdos que permitirían la desmovilización de más de siete mil guerrilleros de las Farc el país sabía que ese proceso no terminaría con la violencia histórica que ha vivido Colombia. Quedaban grupos al margen de la ley con capacidad de desestabilización. Eso lo dijimos claramente quienes tenemos una ventana en los periódicos para expresar nuestras opiniones. La firma de los acuerdos de La Habana no sería la panacea porque no se iba a acabar la violencia. Quienes escribimos columnas de opinión siempre dijimos que si el Gobierno Nacional no llenaba los espacios que dejaban las Farc otros actores armados del conflicto llegarían para coparlos.

El carro bomba que el Ejército de Liberación Nacional hizo explotar en las instalaciones de la Escuela de Cadetes General Santander reafirma lo que todos los colombianos temíamos: que este grupo armado incrementaría sus ataques para hacerse sentir militarmente. Ya estamos viendo cómo quiere demostrar que tiene fortaleza. El atentado terrorista perpetrado en Bogotá es una notificación al Gobierno Nacional sobre lo que son capaces de hacer para forzarlo a una negociación donde ellos intentarán imponer su agenda. De los territorios donde tienen presencia histórica se extendieron hacia zonas donde antes dominaban las Farc. Todo porque el ejército colombiano no estructuró un plan para impedir que esto ocurriera.

¿Hasta cuándo seguiremos llorando a los cientos de muertos que nos deja esta violencia que vive Colombia? Hoy estamos llorando a los 21 jóvenes inmolados por la bomba del ELN. Ayer fue la que este mismo grupo puso en una estación de policía en Barranquilla. Y antes la que las Farc pusieron en el Club El Nogal. Y hace veinte años las que Pablo Escobar mandaba a poner en cualquier ciudad para arrodillar al Estado.  Nadie dijo que con la firma de los acuerdos con las Farc los asesinatos selectivos, los actos terroristas y las masacres no volverían a presentarse en el territorio nacional. Tampoco nadie dijo que con la muerte del jefe del Cartel de Medellín el narcotráfico se iba a acabar. Otros actores armados copan los espacios dejados por quienes los desocupan.

En su columna del pasado sábado Luis Noé Ochoa escribió: “Una persona en sus cabales, con sentido humano, que entienda del valor de la vida, no es capaz de hacer explotar un carro bomba en medio de muchachos sencillos, llenos de sueños,”. Esta es la verdad. Un atentado tan demencial como el perpetrado por el ELN es producto de mentes desequilibradas, que celebran ver correr ríos de sangre y les alegra el dolor que causa en cientos de familias ver morir a sus seres queridos por culpa de delincuentes que no tienen el más mínimo respeto por la vida. Esta es la Colombia que nos tocó en suerte. Una patria donde el odio acaba con jóvenes que quieren ayudar a construir un país mejor. Los insensatos que comenten actos como este deberían saber que los colombianos rechazamos el terrorismo.  

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