
Un día antes de que
se presentará el atentado contra la Escuela de Cadetes General Santander, el
caricaturista Vladdo se quejaba en su columna de este diario de que no obstante
la reincorporación a la vida civil de una gran cantidad de guerrilleros de las
Farc, en Colombia las muertes violentas no cesaban. El columnista escribió que
en este país las armas se siguen usando “para intimidar, desplazar, ultrajar,
silenciar o asesinar”. Como para corroborar lo que el columnista dijo, al día
siguiente, a las 9.32 minutos de la mañana, en un acto demencial, explotaba el
carro bomba que acabó con la vida de 21 jóvenes que se formaban para forjarse
un futuro sirviéndole a Colombia como oficiales de la Policía Nacional. Un hecho
que produjo indignación en los colombianos.
No estaba
descubriendo el agua tibia el columnista Vladdo cuando escribió la columna que
aquí cito. El primer campanazo que escuchó el Gobierno Nacional dando muestras
de que con la firma de los acuerdos de La Habana la violencia no iba a cesar
fue el asesinato de líderes sociales. En los cuatro meses que lleva Iván Duque
como presidente han sido asesinados en Colombia más de 125 personas con arraigo
social, que han estado al frente de procesos como reclamación de tierras o defensa
de los derechos humanos. Las cifras
indican que en el año 2018 fueron asesinados un total de 226 líderes sociales.
Casi todas las víctimas de este desangre que está sufriendo Colombia han sido
líderes comunales, campesinos e indígenas que lo único que han hecho es
defender a sus comunidades.
Desde antes de que el
gobierno de Juan Manuel Santos firmara los acuerdos que permitirían la
desmovilización de más de siete mil guerrilleros de las Farc el país sabía que
ese proceso no terminaría con la violencia histórica que ha vivido Colombia.
Quedaban grupos al margen de la ley con capacidad de desestabilización. Eso lo
dijimos claramente quienes tenemos una ventana en los periódicos para expresar
nuestras opiniones. La firma de los acuerdos de La Habana no sería la panacea
porque no se iba a acabar la violencia. Quienes escribimos columnas de opinión
siempre dijimos que si el Gobierno Nacional no llenaba los espacios que dejaban
las Farc otros actores armados del conflicto llegarían para coparlos.
El carro bomba que el
Ejército de Liberación Nacional hizo explotar en las instalaciones de la
Escuela de Cadetes General Santander reafirma lo que todos los colombianos
temíamos: que este grupo armado incrementaría sus ataques para hacerse sentir
militarmente. Ya estamos viendo cómo quiere demostrar que tiene fortaleza. El
atentado terrorista perpetrado en Bogotá es una notificación al Gobierno
Nacional sobre lo que son capaces de hacer para forzarlo a una negociación
donde ellos intentarán imponer su agenda. De los territorios donde tienen
presencia histórica se extendieron hacia zonas donde antes dominaban las Farc.
Todo porque el ejército colombiano no estructuró un plan para impedir que esto
ocurriera.
¿Hasta cuándo
seguiremos llorando a los cientos de muertos que nos deja esta violencia que
vive Colombia? Hoy estamos llorando a los 21 jóvenes inmolados por la bomba del
ELN. Ayer fue la que este mismo grupo puso en una estación de policía en
Barranquilla. Y antes la que las Farc pusieron en el Club El Nogal. Y hace
veinte años las que Pablo Escobar mandaba a poner en cualquier ciudad para
arrodillar al Estado. Nadie dijo que con
la firma de los acuerdos con las Farc los asesinatos selectivos, los actos
terroristas y las masacres no volverían a presentarse en el territorio
nacional. Tampoco nadie dijo que con la muerte del jefe del Cartel de Medellín
el narcotráfico se iba a acabar. Otros actores armados copan los espacios
dejados por quienes los desocupan.
En su columna del pasado
sábado Luis Noé Ochoa escribió: “Una persona en sus cabales, con sentido
humano, que entienda del valor de la vida, no es capaz de hacer explotar un
carro bomba en medio de muchachos sencillos, llenos de sueños,”. Esta es la
verdad. Un atentado tan demencial como el perpetrado por el ELN es producto de
mentes desequilibradas, que celebran ver correr ríos de sangre y les alegra el
dolor que causa en cientos de familias ver morir a sus seres queridos por culpa
de delincuentes que no tienen el más mínimo respeto por la vida. Esta es la
Colombia que nos tocó en suerte. Una patria donde el odio acaba con jóvenes que
quieren ayudar a construir un país mejor. Los insensatos que comenten actos como
este deberían saber que los colombianos rechazamos el terrorismo.