Mi generación creció escuchando a Javier Giraldo Neira. Era imprescindible oírlo haciendo el análisis de las jugadas después de un partido del Once Caldas
Debo empezar esta
nota diciendo que nunca fui amigo de Javier Giraldo Neira, el comentarista
deportivo fallecido el pasado 8 de noviembre, que dio vida a lo que muchos llaman
la Escuela de Manizales, una camada de periodistas deportivos que hoy brillan
con luz propia. Muchas veces lo vi, de
lejos, recorriendo la carrera 23 de la capital caldense. Sólo en una
oportunidad crucé palabra con él. Sin embargo, en 1984, siendo yo columnista de
La Patria, sostuvimos una dura polémica. El utilizó los micrófonos de Radio
Manizales, entonces la emisora más sintonizada en Caldas, para defender la idea
de que en Colombia se realizara el Mundial de Fútbol de 1986. Yo utilicé la columna del periódico para
exponer por qué el país no estaba preparado para un evento de esta magnitud.
Mi admiración por
Javier Giraldo Neira surgió desde los años en que cursaba bachillerato en mi
pueblo, Aranzazu. Su programa Estadio y multitudes se escuchaba en todo Caldas.
Después del partido, era el programa preferido de los amantes del fútbol. Su
voz era inconfundible. Si uno cruzaba por el frente del Centro Social, un punto
de encuentro en el espacio de mi infancia,
un domingo a las siete de la noche, antes que la música de Raphael o de
Oscar Golden se escuchaba el programa donde este abogado hacía gala de un
lenguaje exquisito para comentar las jugadas. Sus adjetivos eran precisos. Y
los recursos lingüísticos que usaba para decir que un gol desde el medio campo
era una acrobacia futbolística invitaban a escucharlo. Con su palabra certera
conquistó seguidores.
Mi generación creció
escuchando a Javier Giraldo Neira. Era imprescindible oírlo haciendo el
análisis de las jugadas después de un partido del Once Caldas. Con un estilo
directo, adornando sus palabras con figuras literarias, expresando lo que para
él habían sido los aciertos y desaciertos de un técnico, culpando a algún
jugador por mantener la pelota en su poder sin pasarla a sus compañeros o
elevando su preocupación porque un arquero abandonaba los tres palos en un
momento difícil, envolvía con su ágil verbo a la audiencia, convenciendo al
oyente de que alguna estrategia en el campo había sido errónea. Su autoridad en
materia deportiva era indiscutible. Y el tono de su voz hacia que sus
comentarios fueran agradables al oído.
Javier Giraldo Neira era en Manizales el dueño de la sintonía cuando el equipo jugaba de local. En las graderías del estadio, que entonces llevaba el nombre del tribuno Fernando Londoño Londoño, el único comentarista que se escuchaba era este periodista que tenía una pasión enorme por los caballos. Para los aficionados su palabra tenía la fuerza de un evangelio. Mientras observaban en la cancha a los veintidós muchachos sudar la camiseta, tenían el radio puesto en el oído. Lo que Giraldo Neira dijera tenía para los oyentes un sentido de revelación, de entendimiento de las jugadas, de verdad revelada. Oírlo era llenarse de razones para calificar las actuaciones de un árbitro, para entender por qué se cobraba un tiro de esquina o para inculpar a un jugador cuando le sacaban tarjeta amarilla.
Giraldo Neira
entendió el periodismo deportivo como una forma de defender los intereses de su
región. Cuando el Once Caldas jugaba mal, era el terror de sus cuadros
directivos, porque los responsabilizaba de las derrotas. Y cuando lo hacía
bien, goleando al contrario, era el primero en reconocer los avances
estratégicos para llegar al campo contrario. El de Manizales fue su equipo del
alma. Ese amor lo expresó en su compromiso para buscar apoyos económicos. Como
periodista imparcial, puso su prestigio al servicio del equipo para convencer a
la dirigencia manizaleña de la necesidad de financiarlo. Cuando, como alcalde
de Manizales, Germán Cardona Gutiérrez se enfrentó a la clase política por
atreverse a construir un nuevo estadio, contó con su respaldo para sacar avante
la obra.
Javier Giraldo Neira
hizo del micrófono un púlpito desde donde lanzaba diatribas contra esos
dirigentes que por inercia dejaban caer el espíritu del fútbol colombiano. Fue,
además, un innovador en el comentario deportivo. Antes estos eran fríos,
rígidos, sin sabor. El cambió el estilo para hablar de fútbol. Le puso ritmo, lo
sacó de su marasmo, le dio fuerza expresiva. Sus análisis eran una explosión de
adjetivos donde la crítica punzante tenía efecto demoledor. Durante varios años
escribió en La Patria Tiros de esquina, una columna que aparecía todos los
martes en las páginas deportivas. En esos textos se advertía la donosura de una
pluma que sabía fustigar los errores, pero también reconocer las buenas jugadas.
En Nuevo Estadio dejó la impronta de su tesón para sacar adelante una
publicación deportiva que en Colombia tuvo miles de lectores.
José Miguel Alzate
Periodista y Escritor