Diciembre viene cargado de sorpresas. Es un mes que invita a la reconciliación, al reencuentro, a dar amor
Diciembre es un mes diferente a los demás. No porque el cielo sea más azul o el aire más fresco. Es diferente porque se encienden las fogatas de la alegría. Las campanas echan a vuelo para convocar al recogimiento espiritual, las luces se encienden sobre el copo de los árboles, los balcones se adornan con motivos navideños. Desde el primer día las familias se reúnen para planear cómo se celebrará la noche de navidad. Todos a una, convocados por la tradición, aportan ideas para el arreglo de la casa. Se ponen, entonces, aquí y allá, elementos decorativos. Luego se hace el pesebre. Y mientras se arman los rebaños con las ovejas, suenan esos villancicos que nos hablan sobre el nacimiento de Jesús.
Diciembre tiene el encanto de las cosas bellas. El ritmo frenético de la vida como que cambia un poco. Es un mes con un encanto especial. Tiene un no sé qué de mágico, como un murmullo de guitarras que invita a la alegría. El árbol navideño que, con sus bolas de colores, se levanta en un rincón de la sala, parece extendernos una invitación para compartir los abrazos. El Papá Noel cargado de regalos, que en los almacenes adorna las vitrinas, llama la atención de los niños que, absortos, miran los juguetes que allí se exhiben. El bullicio de las calles es un complemento de esa felicidad que embarga los corazones. Es el mes de la sonrisa de los niños. Un mes lleno de esperanza.
Diciembre viene cargado de sorpresas. Es un mes que invita a la reconciliación, al reencuentro, a dar amor. Los juegos pirotécnicos que hieren como cuchillos el firmamento, los globos que en la noche se elevan hacia el cielo, las luces multicolores que se encienden en los parques son elementos vivos de un mes diferente a los demás, con más encanto, con más calor humano. Es un mes para recordar a los seres queridos que ya no están con nosotros. Un mes que nos invita a vivirlo con entrega total. Un mes que nos abre las puertas para alcanzar la reconciliación. Su mensaje de paz trasciende las fronteras. Tiene sabor a natilla fresca, a buñuelo caliente, a chocolate hervido.
Diciembre tiene olor a tierra mojada, a pasto recién cortado, a musgo fresco. Los aletazos finales de noviembre anuncian la llegada de un mes con más vida. El entusiasmo crece, la alegría se desborda, el jolgorio gana espacios. Cuando el primero de diciembre la luna asoma su silueta enamorada en la pizarra azul del cielo, un viento cálido recorre las calles. Y aparece de pronto, entre el brillo de los luceros, la luz de una estrella que irradia su luz en el firmamento. Es la estrella de diciembre, que viene ataviada con sus mejores galas. En la mañana del 24, el sol asoma por las rendijas blancas de las nubes anunciando un nuevo día. Es el día esperado por los niños, que expresan en la sonrisa toda su alegría.
Diciembre es el mes de los más dulces recuerdos. Se recuerda cómo el abuelo se sentaba en una silla, al lado del pesebre, para platicarles a los nietos su evangelio de amor. Se recuerda cómo, en otros tiempos, la pólvora hacia parte de la celebración. Se recuerdan con nostalgia los momentos compartidos en familia, la noche de navidad destapando los regalos, los abrazos que se dan como muestra de afecto. Y la esquela que con caligrafía imprecisa se colocaba sobre el árbol de navidad, dirigida al Niño Dios, donde un infante hablaba de sus sueños. Y los cascabeles hechos con tapas de gaseosa para acompañar el canto de los villancicos. Y el sonido de las campanas, allá en la torre de la iglesia, anunciando el nacimiento.
Diciembre le pone a la vida el sabor de una manzana. Porque ayuda a olvidar las tristezas. Porque nos hace dejar a un lado las angustias. Porque aparta de nuestro corazón las penas. Es decir, es un mes que le abre campo a la alegría. Se viste de azul y blanco, como una novia enamorada. En la dulzura de María expresa alegría, y en la paciencia de José resignación. Alrededor del pesebre se celebra una tradición que le abre caminos a la esperanza, a la reconciliación, a la convivencia. Es tiempo para olvidar los agravios. Época para que aflore en los corazones el perdón, la humildad y el arrepentimiento. En pocas palabras, diciembre es un mes para entregar amor. Así de sencillo.
José Miguel Alzate
Periodista y escritor