Medellín tiene un encanto especial. No sé si es ese aire impregnado de sabores que se nos adhiere al alma
¿Cómo describir a Medellín? En una bella página titulada “Medellín, a solas contigo”, Gonzalo Arango escribió que la ciudad es el paraíso soñado, donde “el cielo se derrama en una brisa de estrellas”. La he releído para darle forma a esta nota. La ciudad que conoció el padre del Nadaísmo no es la misma que hoy se levanta pujante entre los cerros que la circundan, iluminados en la noche por imponentes rascacielos que muestran su crecimiento. Cuando el poeta nacido en Andes llegó a Medellín la ciudad era todavía una urbe besada por el viento que bajaba raudo desde el cerro Nutibara, llenando sus calles de un aire tibio que se pegaba al cuerpo. Ahora la ciudad es distinta. Tiene más vida, y el sol la calienta como no lo hacía en los años de Gonzalo Arango.
El título de esta columna es preciso para expresar el sentimiento que en los colombianos despierta Medellín. La ciudad nos enamora con ese sol que baila entre los edificios, que se mete por las ventanas de los buses, que baña las calles en los atardeceres espléndidos. Nos enamora con ese aire cálido que se respira en sus modernos centros comerciales, con ese viento fresco que besa sus montañas, con esa cultura paisa que es como la expresión de su idiosincrasia. Su arquitectura, sus paisajes, sus sitios emblemáticos hacen que el recorrido por la ciudad sea un descubrimiento de su historia, un reencuentro con los valores de la antioqueñidad, un enamoramiento de sus tradiciones. Medellín nos enamora con ese ambiente cosmopolita que se descubre en sus sitios de interés público.
Medellín tiene un encanto especial. No sé si es ese aire impregnado de sabores que se nos adhiere al alma, o esa naturaleza en flor que engalana sus avenidas, o ese desarrollo urbanístico que la exhibe como una ciudad pujante, que descuaja montañas para crecer. Su sistema de transporte público es el más moderno de Colombia. Es la única ciudad en el país que se atrevió a construir un metro. Lo hizo teniendo en cuenta el respeto por el medio ambiente. Sus estaciones transpiran cultura, y en algunos puntos son obras que embellecen el entorno, como sucede en el Parque de Berrío y en San Antonio. El tranvía es un complemento al buen servicio, como lo es el Metrocable y el Metrobús. Medellín le tomó la delantera a Bogotá en sistema masivo de transporte.
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Foto | Dinero.com |
Ninguna otra ciudad en el país ha construido un puente de la magnitud del denominado Madre Laura, que unió los sectores de Aranjuez y Castilla, conectando el nororiente y noroccidente de la ciudad. Este es el puente interurbano más largo de Colombia, y una de las obras de ingeniería más importantes ejecutadas en América Latina. En su construcción se necesitaron diez mil toneladas de hierro y setenta mil metros cúbicos de concreto. Con una inversión de doscientos cinco mil millones de pesos, la obra tiene una longitud de setecientos ochenta y seis metros. Con este puente la ciudad demostró que le apuesta al desarrollo, y que la inversión en infraestructura debe llegar a los sectores más deprimidos si se quiere mejorar la calidad de vida de la gente.
Medellín nos enamora no sólo por el desarrollo arquitectónico que ha alcanzado, sino por su apuesta a la cultura. El parque Botero, donde se exhiben las esculturas que el maestro Fernando Botero le regaló a la ciudad, es un referente cultural. Visitarlo es enamorarse del arte, descubrir el genio del artista, encontrarse con la obra de un antioqueño que le ha dado gloria a Colombia. El Parque Explora, que tiene un acuario con veintinueve estanques donde se observan 4.334 ejemplares de 256 especies de agua dulce y salada, es un espacio diseñado para el conocimiento, donde a diario llegan cientos de turistas atraídos por su oferta cultural. En el Teatro Explora, que está a la vanguardia tecnológica, se desarrollan estrategias de divulgación y apropiación social del conocimiento.
Es difícil no enamorarse de Medellín. Al turista lo motiva la alegría de su gente, el sentido de pertenencia del antioqueño, la variedad gastronómica, la oferta cultural, el ambiente nocturno. También la belleza de esas mujeres que se pasean alegres por la calle Junín, que se sientan a tomarse un tinto en el Centro Comercial El Tesoro, que entran a rezar a la Iglesia de San Ignacio. Medellín nos enamora con su historia, escrita por una raza emprendedora que desafió montañas para levantar pueblos. Nos enamora con el encanto de sus paisajes, con la sonrisa de sus pobladores y con su comida típica, esa que Gregorio Gutiérrez González denominó la trinidad bendita: los fríjoles, la mazamorra y la arepa.
José Miguel Alzate
Periodista y escritor