¿No es un mensaje de esperanza romper el protocolo para acercarse a las víctimas de la violencia?

Las palabras pronunciadas por el papa Francisco en los diferentes escenarios donde hizo presencia durante su visita apostólica a Colombia fueron un mensaje de esperanza para un país que necesita superar el escepticismo. Desde que descendió del avión que lo trajo a tierra colombiana, el Obispo de Roma hizo énfasis en la palabra esperanza. Tanto en sus alocuciones públicas como en sus homilías este término fue una constante. Cuando en la puerta de la Nunciatura Apostólica les dijo a los jóvenes que allí lo esperaban “no pierdan la alegría, no pierdan la esperanza, no pierdan la sonrisa”, les estaba enviando un mensaje de optimismo, como enseñándoles el camino para construir entre todos un mañana mejor.
¿No es un mensaje de esperanza romper el protocolo para acercarse a las víctimas de la violencia? Claro que sí. Es eso, y mucho más. Ese, que fue el primer acto que emocionó al país, fue la expresión de un papa humano, cercano a la gente, que entiende el dolor de la guerra y, por lo tanto, se solidariza con quienes han sido sus víctimas, expresándoles con un abrazo su dolor por lo sufrido. El papa Francisco demostró con este acto que su interés al venir a Colombia estaba centrado en hacerle entender a la gente que aprendiendo a perdonar se construye la esperanza. Sus palabras fueron una invitación a la reconciliación, a la construcción de un nuevo país, a dejar de lado las diferencias y a superar las barreras del odio.
El encuentro en Villavicencio con más de cinco mil víctimas del conflicto armado fue una oportunidad para que el papa Francisco escuchara de labios de quienes han sufrido los rigores de la guerra testimonios que por su crudeza arrugan al alma. El Sumo Pontífice escuchó con atención los relatos de quienes por la experiencia vivida no quieren que se repita en su existencia esa angustia de saberse víctimas de un conflicto que marcó sus vidas. Haciéndoles saber que la esperanza se construye desde el perdón, Francisco fue reiterativo en su discurso para hacernos entender a los colombianos que el odio destruye la vida, que la inequidad cierra las puertas al entendimiento, que la sed de venganza no permite el perdón y que la paz debe edificarse entre todos.
Las multitudes que acompañaron los desplazamientos del Santo Padre por las calles de las ciudades que tuvieron el privilegio de recibir su visita, y las que asistieron a los escenarios donde celebró misas, debieron sentir en sus corazones el llamado a la esperanza que les hizo Francisco. Más de seis millones de personas que lo vitorearon a su paso y que escucharon su palabra en Bogotá, Villavicencio, Medellín y Cartagena son testigos de la preocupación del papa por el sufrimiento humano. Lo demostró cuando en Villavicencio estuvo atento a las palabras de las víctimas, cuando en Medellín visitó un barrio humilde, cuando en Cartagena habló sobre la esclavitud, cuando en Bogotá escuchó a los jóvenes. Francisco se llenó de motivos para hacer un llamado a la esperanza.
Colombia fue otra durante los cinco días que duró la visita del Sumo Pontífice. Esa alegría que despertó su presencia en el país, ese desbordamiento de la gente en las calles para verlo, esa asistencia masiva a los actos públicos, esa preocupación de los colombianos por escuchar su palabra nos sirvió para entender que el nuestro es un país de mayoría católica que ve en el papa Francisco a un líder carismático, que sabe transmitir el mensaje de Cristo. Su amor por los niños se expresó en esas actitudes espontáneas de darles un beso, de tocarles la cara, de dejarse abrazar. Fueron cinco días durante los cuales la gente sintió en su alma un viento renovador, como si su presencia fuera un motivo para cambiar de actitud ante la vida. El papa nos devolvió a los colombianos la esperanza.
La presencia en Colombia del papa Francisco fue una oportunidad para que entendiéramos que la paz debe ser un compromiso de todos. Cuando en una de sus intervenciones dijo que hay quienes siembran cizaña para impedir la reconciliación estaba dándonos a entender que hay que desarmar los espíritus para alcanzar el entendimiento. Con sus mensajes a la juventud, el Obispo de Roma despertó un sentimiento de admiración por la claridad con que les habló a quienes son el futuro de Colombia y, por lo tanto, están llamados a trabajar por un país distinto, donde las diferencias sean respetadas, y donde haya espacio para la confrontación de las ideas. Con su humildad, Francisco nos enseñó que el amor abre las puertas a la esperanza y que la paz se construye con justicia social.
José Miguel Alzate
Periodista y escritor