En mi caso ser antiuribista, si me hace Santista
Tal vez la columna más fácil de escribir hoy, en el país, sea una que hable en contra del Presidente Juan Manuel Santos. Y hay con que… seguro lo hay. Y a quien la escriba, no le lloverán amenazas en las redes sociales; bastión de los cobardes y canallas, que a menudo, son uno solo.Pero yo no. Yo me crie liberal por elección, aunque hubiese nacido conservador. Desde pequeño, inmerso en la lectura de un tal Neruda, de Tolstoi, García Márquez, Soto Aparicio, Faulkner que hablaban de las luchas del hombre marginado por pobre o por negro, indígena, religión; haber nacido en el lugar equivocado, pecado de geografía o por la guerra… inmerso en descubrirme desde lo que me contaban los libros, fui entendiendo lo necesario de vernos desde los otros; eso que hoy llaman conciencia social. Ahí, justo ahí, encontré como un regalo del universo, entre los libros de mi mesa de noche a Borges, para entender los peligros de los extremos ideológicos que suelen convertirse en la razón de las masas para respaldar a sus líderes, sin cuestionar los motivos interiores que los rigen. Y en ese buen momento, por coincidencia del destino, decidí hacerme liberal.
Ahí descubrí también, que lo que quería no era ser del Partido Liberal, si no, de ideología liberal; una especie de centro que me hiciera querer preguntarme siempre: ¿esto me beneficia a mí y alguien más; el espacio que habito o el equipo de futbol que me gusta; la comida y la música que me motiva, es superior a otras, solo porque me gusta? Y empieza uno a desechar de sí, los peligros del regionalismo, del patriotismo; a entender la maravillosa esencia universal que nos puebla, al pertenecer a una única raza; la humanidad.
Eran buenos días para ser liberal: Galán gritaba desde las plazas públicas; una nueva constitución se cernía sobre las cenizas de una nación que creía poder renacer dejando atrás el absurdo de una guerra foránea contra unas matas que estaban trayendo un dinero que dejaba una economía ficticia; un nuevo país se refundaba con una nueva Corte que velaría por lo acordado en una Carta Magna que había sido discutida por los más diversos sectores del país; incluso, un Partido político formado por una recién desmovilizada guerrilla… pero aún faltaban muchos muertos más: la guerra contra las drogas, la subversión, el paramilitarismo; la violencia que ha sido nuestro conector más constante en la historia, seguiría escribiendo con sangre, algunos de los capítulos más vergonzosos de nuestra república.
Después llegó un inepto gobernante conservador; de aquellos a quienes obsesiona la idea de ser llamados: “Señor Presidente” pero que la idea de gobernar, les parece aburridísimo; eso de solucionar los problemas de todo el mundo, es molestísimo para un hijo o nieto de presidentes que gusta del cargo, pero no de la ejecución del mismo. Y como este no había servido y había dejado que una culebrita creciera en espera de ser él, quien pudiera solucionarlo y ganar un Premio Nobel de Paz, llegó un salvador, un prohombre, un elegido, un mesías; pero los salvadores, los prohombres, los elegidos, los mesías suelen convertirse en un estorbo para el desarrollo de las sociedades, si no resuelven el problema para el cual fueron llamados o lo mismo, este es solucionado.
Entonces parten la historia de las naciones en el antes y el después. España lo sabe, aún hoy, hay quienes extrañan a Franco, en Chile a Pinochet; incluso hay quienes lloran a Hitler y a Gaddafi, convirtiendo la convivencia social de los pueblos, en campos de batalla donde el enemigo es el mismo conciudadano que piensa diferente.
Y es por eso que ni mi caso, ser anti uribista, si me hace santista.
No habrá santismo después de Santos, la historia no se partirá en dos; nadie, como en una patria boba, que somos incapaces de superar, se matará porque este regrese al poder, a pesar de ser uno de los mejores presidentes de los últimos tiempos, luchando contra una de las más feroces oposiciones; no solo de los contrarios ideológicos, si no, de aquellos que lograron hacerlo Presidente.
Santos logra unos buenos números en su gestión: el país continúa creciendo, a pesar que Venezuela, el socio comercial natural, ya no jalona la economía.
Tampoco lo hace ecuador y en la región solo crecen con números extraordinarios, Perú y Panamá, los demás están en recesión o al borde de ella. Y crece el país a pesar de los bajos precios del petróleo; y ha plantado su posición para acabar una guerra que el estado no ha sido capaz de ganar en 50 años y ha plantado su posición contra la absurda guerra contra las drogas, desde su dignidad presidencial. También, como liberal, apoyó el matrimonio igualitario, el respeto a poblaciones LGBTI, el aborto. Y desde allí, es mirado hoy, no solo como el dignatario de esta nación, si no, como el Premio Nobel de Paz; a cualquier destino que visite, es recibido como tal. Y también ha permitido a miles de jóvenes pobres acceder a la educación superior con el programa, “Ser Pilo Paga” aunque esté equivocado y estos recursos deberían haber ido directamente a las universidades públicas, se cambia el paradigma anterior que solo fortalecía la educación técnica en el SENA, “porque los muchachos solo están hechos para manejar una máquina en una sociedad industrial”.
Por eso, en mi caso, que no necesito ser salvado, ni mesías, ni en mi vocabulario están palabras como patria o bandera o el espíritu de la guerra, el mejor Presidente es Santos,porque además acabó la reelección y ya los Presidentes, los cambiaremos cada cuatro años y serán olvidados, como corresponde…
Rubén Darío Toro
Escritor
Escritor